La mitología cuenta que hubo un tiempo en que los seres eran
esféricos como naranjas; tenían dos caras opuestas sobre una misma
cabeza, cuatro brazos y cuatro piernas que utilizaban para desplazarse
rodando. Estos seres podían ser de tres clases: uno, compuesto de hombre
+ hombre; otro, de mujer + mujer; y un tercero (el andrógino) de hombre
+ mujer. Su vanidad les llevó a enfrentarse a los dioses creyéndose
semejantes a ellos. Zeus los castigó partiéndolos por la mitad con el
rayo; y mandó a Hermes para que a cada uno le atara la carne sobrante en
el vientre, formando el ombligo.
Zeus, compadecido por la raza humana, ordenó a Hermes que les girase la cara hacia el mismo lado donde tenían el sexo: de este modo, cada vez que uno de estos seres encontrara a su otra mitad, de esa unión obtendría placer. Y desde entonces los seres humanos estamos condenados a buscar entre nuestros semejantes a nuestra media naranja, con la que poder unirnos en abrazos que nos hagan más completos.
Zeus, compadecido por la raza humana, ordenó a Hermes que les girase la cara hacia el mismo lado donde tenían el sexo: de este modo, cada vez que uno de estos seres encontrara a su otra mitad, de esa unión obtendría placer. Y desde entonces los seres humanos estamos condenados a buscar entre nuestros semejantes a nuestra media naranja, con la que poder unirnos en abrazos que nos hagan más completos.
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